
El amor empieza al columpiarse con el vaivén del viento.
Suavecito, disfrutando, coordinando el ritmo para ir a la par.
Continúa al acompañarse en el balanceo a destiempo.
Cuando cambia el compás mas no la dirección.
Con pausas para descansar pero sin motivos para bajarse.
Después se pierde el miedo a la velocidad y se agarra vuelo.
A veces con un objetivo claro, otras por inercia y diversión.
Entonces llega la hora de saltar al mismo tiempo.
Juntos o separados pero de nuevo a la par.
Convirtiendo el columpio en trapecio o el vacío en libertad.
El amor nunca termina.
Solo regresa hasta volverse a columpiar.
Por Claudia Gutiérrez Montaño (Klau gtz)