
Nadie me advirtió del efecto de la nada en el desierto, donde los pensamientos rebotan con un eco mucho más intenso.
Durante 15 días de paisajes cactáceos y clima extremo, logré sortear la vulnerabilidad entre ventarrones de sentimientos. Causalmente reconocí que cuando la vista se torna desértica, el oasis suele aparecer en compañía.
Qué bonita la ironía de este ecosistema donde aparentemente no pasa nada, pero pasa que se siente de todo.
Por Claudia Gutiérrez Montaño (Klau gtz)